Te adaptas o mueres.

Es cuestión de sobrevivencia, te adaptas o mueres. Es una ley propia de la naturaleza, pero también de la sociedad. Las cosas cambian. De manera progresiva o de manera abrupta. Algunos cambios son para siempre y otros queremos que sean por un tiempo. Esta vez, nuestra capacidad de adaptación fue puesta a prueba por un organismo microscópico.

Te adaptas o mueres
Foto: Mauricio Russo – Para ver más de su trabajo, click aquí

Los gobiernos que decretaron el aislamiento social obligatorio, apelaron a la solidaridad colectiva para que la sociedad acatara la orden. Hemos dejado de ejercer nuestro derecho de movilidad por un bien común, cuidarnos y cuidar al otro.

Entonces, para mucha gente, la cuarentena —para evitar la propagación del coronavirus Covid19— significó privarse de: ver a sus familiares, juntarse con sus amigos, ir a trabajar, salir a correr o a pasear con sus hijos. Al mismo tiempo, esas privaciones tomaron el valor agregado de la responsabilidad civil.

Así fue que las pantallas se han convertido en un gran aliado: encuentros virtuales, teletrabajo, reuniones telemáticas, clases online, transmisiones a través de redes sociales, maratones de series o películas. Por otro lado, para evitar poner en pausa sus actividades, los artistas también acudieron a la cámara de sus teléfonos móviles; un modo también de reconectarse con el público.

De esa manera, los conciertos se redujeron, de grandes aglomeraciones a los live de Instagram, del salón del músico al salón del público. El teatro dejó de ser aquel encuentro único, entre actores y espectadores en un mismo tiempo/espacio, a compartir pantalla con las películas y las series. El e-book nos permitió seguir leyendo libros nuevos. Los museos cerraron sus puertas físicas, pero abrieron las virtuales. En definitiva, el mundo del arte se contrajo a la palma de la mano. Te adaptas o mueres.

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Aquello que tanto se viene indicando como la decadencia de nuestros tiempos, como síntoma de individualismo o incomunicación, ahora es la preservación de nuestra cotidianidad. Hay que dejar de confundir la definición de herramienta con el uso que le damos. Las nuevas tecnologías no se definen por la finalidad que le damos, si no por las posibilidades para las que fueron creadas. Está en cada uno, si pasamos horas deambulando por el muro de Facebook o potenciamos nuestro trabajo en las redes sociales.

Los ok boomer que hayan querido sobrellevar su rutina en el marco del #yomequedoencasa han tenido que acudir a la cultura de los millenials y de los nativos digitales. No hay nada de malo en ello. Bienvenido al home-office, a la realidad virtual y a las stories.

Tampoco significa reemplazar una cosa con la otra.

En lo personal, tuve cancelar dos proyectos que habían empezado el año de muy buena manera. Con uno, obtuvimos un premio en su estreno en el marco de un festival internacional; un gran comienzo para seguir avanzando. Y con el otro, ya teníamos pautadas media docena de funciones. Pero todo quedó en pausa.

Emocionalmente fue un golpe duro. Son proyectos con los que llevo casi dos años trabajando y recién ahora estaban saliendo a la luz, ¡y con muy buena proyección a corto plazo! Pero tuve que aprender a adaptarme. Con el primero, participamos de un ciclo de teatro grabado. Y al segundo, lo dejamos en remojo hasta que la cosa se aclare del todo. Pero, de otro modo, sería la queja. Y eso es como morir.

Así que vuelvo a reciclarme, a replantearme, a querer resurgir. Ojalá nunca hubiera pasado algo así. Pero las pandemias ocurren desde los inicios de la humanidad; aunque no nos guste. Y si le tengo que encontrar un aspecto positivo, fue la oportunidad de repensar la profesión y a mí mismo como hijo de esta era. Pero, repito, ojalá nunca hubiera pasado.

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