Con el propósito del estreno de «Dime Cosicas», el show de sketch cómico en el que tengo el gusto de participar como autor y director, junto a Joaquín García Box, y producción de la compañía teatral «La Mosca», aprovecho para dedicar unas palabras al género en cuestión.
No del todo bien visto
Recuerdo cuando comenté mi primer proyecto de sketches, en Buenos Aires, a una estudiante de actuación de la Universidad Nacional de las Artes, su respuesta fue que «no iba a estar bien visto en el mundillo artístico».
Es que el sketch, anglicismo para referirnos a piezas cortas cómicas, tanto para teatro como para televisión o Internet, es poco seductor para personas que buscan elevar su espíritu a través de grandes obras dramáticas de la humanidad o novelas de prestigio universal. La palabra best-seller suele surtir el mismo efecto.
Sin embargo, «lo cómico» debe ser uno de los géneros más antiguos de las artes. La parodia, la farsa, la sátira… han nacido al mismo tiempo que la tragedia o la comedia clásica. Solo hay que pensar en rituales festivos, o dionisiacos, de antiguos pueblos; de los días de carnavales o representaciones cómicas al margen del teatro oficial en épocas del Imperio Romano o de la Edad Media. La comicidad siempre estuvo con nosotros.
El destacado humorista español José Mota, en el prólogo del libro «Cómo tener éxito escribiendo sketches», del guionista Fernando Erre, señala que «cualquiera, desde afuera, diría que es algo sencillo. Muchos entenderán que un sketch no es más que un chiste largo o un cuento corto escenificado. Pero nada más lejos de la realidad. El sketch es estricto, exigente, cruel. El sketch no perdona ni da márgenes«.
Mi amigo Sergio Paladini, cómico y docente de la profesión, siempre me ha señalado que el buen sketch tiene algo de matemático y no debe tener adornos sin propósito alguno; debe ser una flecha directa a la carcajada. Con él monté el ciclo de teatro cómico «Biutiful Pipol» (2016, Buenos Aires). A pesar de lo que había dicho aquella estudiante universitaria, la vez que hicimos un casting, han acudido un centenar de actores y actrices dispuestos a trabajar en sketches y monólogos.
Un formato con muchos padres e hijos
Tengo la particularidad, como tantos otros, de no casarme con un solo género o formato. Si me pidieran que elija uno, no sabría qué hacer. Me entusiasma escribir un cuento, un largometraje, un drama, algo de terror o humor; por nombrar algunos de mis gustos. Y al sketch cómico le tengo mucho cariño, muchísimo.
Antonio Gasalla, Juan Carlos Mesa, Juana Molina, Alfredo Casero, Diego Capusotto, Fabio Alberti… son referentes indiscutibles del género de la década de los 90 en adelante. He reído y crecido con ellos. En el 2001 no había YouTube, sus personajes se viralizaban de todos modos a través del «boca en boca». «Todo x 2 pesos» se emitía los lunes por la noche y el martes estábamos todos repitiendo los diálogos.
De afuera, nos llegaba cosas actuales y de los ochenta: El show de Benny Hill, Mr Bean, Portlandia y Robot Chicken. Agrego otras de animación: La Pantera Rosa y Loony Toons. ¡También son programas de sketches cómicos! (No confundirse con sitcoms, como podría ser Los Simpson, o series con capítulos más desarrollados como South Park).
Al llegar a España me puse al día con Joaquín Reyes, Ernesto Sevilla, Raúl Cimas, Carlos Areces, Julián López, José Mota, Emilio Aragón, entre otros. Aquí la advertencia es no confundirse con humoristas que se dedican al monólogo estilo norteamericano (Stand up).
Parece mentira, pero lleva trabajo
A diferencia de aquel que hace reír con un micrófono en la mano y un taburete, y que sube a escena con lo que lleva puesto —lo digo sin desmerecimiento alguno—, el sketch requiere: desarrollo de personaje; puesta en escena, aunque sea mínima; vestuario; maquillaje; y trabajar la interpretación desde la voz y la expresión corporal como en cualquier otra obra de teatro o audiovisual.
Una similitud que se puede dar con el stand up es —en representaciones teatrales y no siempre— la ruptura total de la cuarta pared; el público es parte del acto.
A la hora de escribirlo, es una ingeniería de reloj. Un gag mal colocado, un abuso de recursos, un planteamiento poco claro o, lo que es peor, un remate flojo, no hay interpretación que lo salve.
En cuanto al contenido, hay de todo: parodias, imitaciones, pantomimas, surrealismo, grotesco… incluso un sketch puede ser un acto de denuncia. «Para hacer reír, basta con contar la verdad» ha dicho Henri Bergson en su ensayo «La Risa» (1899). Actualmente, el actor Guille Aquino deja en evidencia muchas situaciones decadentes, hasta indignantes y tristes, de la crisis argentina de Macri en clave de humor.
Bueno, basta por ahora. Queda clara mi declaración de amor al sketch cómico y podría seguir varios párrafos más. Pero la parte que más me gusta de esta relación, es la escritura. Y con «Dime Cosicas», por suerte, tengo mucho trabajo por delante.