¿Cuántas veces empezamos entusiasmados un proyecto y al poco tiempo ese entusiasmo se desvanece, haciéndonos dejar el proyecto a la deriva o incluso abandonarlo por completo? Para evitar ese destino, hay dos energías que juntas son poderosos: voluntad y conciencia.
Una vez tomé de la biblioteca personal de una amiga el libro “El afiche y el diseño”, de Alfredo Yantorno, con el propósito de aprender un poco de ese tema. Aprendí otra cosa:
“Uno puede hacer las cosas siempre con dos tipos de energía muy distintas. Una es la de la voluntad y la otra la de la conciencia. La primera se consume fácil y se agota rápido. La segunda dura más, pero es más difícil de consumir. Deberíamos desarrollarnos de modo de lograr de que, si la voluntad nos auxilia para iniciar un asunto, la conciencia nos permita mantener la acción consecuente«.
Lo que marca la diferencia entre querer ser un profesional y un «tengo ganas de» es el valor agregado de la conciencia. Si fuese por la voluntad, todos seríamos Diego Maradona en el Mundial 86.
Es verdad, muchas veces estamos exaltados por hacer realidad esa idea que tenemos en la cabeza y otras veces ese ánimo se convierte en agobio. Somos humanos, todos tenemos nuestros días de más o de menos. Pero si la voluntad es la llave que enciende el motor, la conciencia es el combustible que nos hará llegar a destino —que en ocasiones no es el que habíamos imaginado o tardamos en llegar más de lo que pensábamos—.
Por momentos iremos disfrutando del viaje y en otros no dejaremos de preguntar “¿falta mucho, falta mucho?”. O pediremos parar en una gasolinera para estirar las piernas y tomarnos un café bien cargado. Lo importante para alcanzar la meta: el equilibrio constante entre esas dos energías.