Mi lugar preferido para la ubicación de un escritorio siempre ha sido cerca de una ventana. De ese modo, saber que cuatro paredes no es todo lo que hay en el mundo me ayudaba a reducir la sensación de «que algo me estaba perdiendo». Lo que me perdía era la concentración en la escritura.
Siempre he procurado que así sea el lugar donde pasar horas sentado, tanto de niño en la escuela o ahora de adulto en casa. Que haya un «escape» al mundo exterior.
Pero todo cambió cuando me senté a escribir en el escritorio de mi pareja. Ella lo tiene contra la pared, de espalda a la ventana. Desde aquella vez, experimenté lo que realmente es la concentración. Ahora somos yo, el ordenador y la pared. Y por supuesto, el mundo creativo que se explaya sobre la pantalla, o papel, en un sin parar —sin aquellos «escapes»—. Concentración en la escritura a tope.
Se supone que cada uno tiene sus manías, y la mía era la de estar frente a una ventana y respirar ese cielo. Hasta que descubrí que esa manía no era funcional a la escritura. Lo contrario, era muy amiga de la procrastinación. ¡Y yo queriendo ser libre como esos pájaros!
En una entrevista realizada por CELCIT al maestro del clown y del bufón, Marcelo Katz, sobre su método de trabajo, confesó que él había imitado al arquitecto francés Le Corbusier: encerrarse en su estudio pintado de negro, apenas con una mínima luz sobre la mesa. Tal vez algo extremista, aunque tengo ganas de experimentarlo. Si algún día lo llevo a cabo, les contaré. De momento, dejaré la ventana para los recreos y la pared para el trabajo.