No fui al Jardín de Infantes

Era obligatorio ir, y lo sigue siendo, a partir de los cinco años. Yo no quería estar con otros niños ni jugar en el arenero del Jardín de Infantes (pre-escolar). Quería quedarme en casa, con mi mamá y mis cosas. Ella me había regalado unos libritos para estimular mi escolaridad, pero preferí leerlos en la tranquilidad del hogar.

Preferí quedarme en casa, antes de ir al Jardín de Infantes
Foto de Michał ParzuchowskiUnsplash

De aquella primera infancia, también recuerdo dos libros que me fascinaban mucho: La familia conejola y Chicharrón, ambos escritos por Constancio C. Vigil. El título del primero ya te dice de qué va. Y el segundo es sobre un perro. Pertenecían a mis hermanas mayores, al igual que dos manuales escolares con cuentos que aún tengo en la memoria: entre ellos, un grupo de chicos que construyen una balsa y un pajarraco psicodélico.

Traigo estas rememoraciones porque estuve respondiendo un cuestionario de la Coordinación de Cultura de la Ciudad de San José, mi pueblo natal, con el fin recabar información de los artistas sanjosesinos. Les interesa, sobre todo, cuáles han sido nuestras influencias y estímulos; así los refuerzan para los futuros creadores. Además de contar aquello, les respondí sobre la actividad de la bibliotecaria de mi escuela.

A la primaria acudí con mucho gusto, aunque la educación formal nunca fue de mi especial agrado. Pero mis compañeros y yo, de la Escuela Nº5 Nicolás Rodríguez Peña, tuvimos la suerte de contar con una bibliotecaria entregada a la causa de contagiar la lectura. Es así que cada dos por tres, la semana se nos hacía corta porque ella nos visitaba al aula con un libro bajo el brazo. Otras veces, íbamos a la biblioteca.

Nos pedía que nos pongamos cómodo y cerremos los ojos, creando así una atmósfera ideal para la narración. De ese modo, las tardes se volvían escenarios de grandes aventuras: el viaje desde Misiones a Buenos Aires en una tortuga gigante, el porqué de estar parados con una sola pata de los Flamencos (ambos de Horacio Quiroga), o la venganza de un escuerzo (Leopoldo Lugones); dos grandes autores que desde ese entonces admiro y continúo leyendo.

En los estímulos que considero que recibí en mi infancia, no puedo dejar de nombrar la Biblioteca Popular General Urquiza y su cine de aquel entonces, con un excelente servicio de parte del personal. Dos templos sagrados que todo niño debería tener cerca de su casa. Tardes enteras sobre una mesa larga y rústica, o noches frente a la pantalla gigante acompañado por mi hermano Javier o mi hermana María.

Ojalá puedan reforzar esas estimulaciones que tuve en mi pueblo; que lo reciban los niños de hoy y los de mañana. Y tantos otros recibidos por otros artistas de mi ciudad, estímulos que forman parte de quienes somos hoy.

Los tuyos, ¿cuáles fueron?

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